Técnicas: Óleo, acuarelas, gouache y crayones.
Al pie de los árboles que salían del pueblo, cuando llovía, se formaban charcos anchos y profundos en los que se hundían los pedales de las bicicletas. También recuerdo cuando las hojas cayeron de esos altos álamos y quedaron tiradas en el agua. Seguramente por eso imaginé algún otoño pasado, donde llevábamos botas altas de goma e impermeables amarillos en los que resbalaba el barro que nos salpicábamos.
También recuerdo los campos cortados y los campos de tierra empapada. ¿Cómo olvidar que con una pajita fina se podía “tentar” a una hormiga y hacerle creer que estaba siguiendo su camino mientras trepaba por el palo señuelo para dejarla atrapada en la deriva de una hoja?
¿Qué podría ser más como ser Dios ...?
Fui yo quien empujó la hoja sutilmente, y fui yo también quien recogió con la palma el agua que balanceaba la balsa; luego dejó caer unas gotas con el puño cerrado como si bombardeara a ese insecto. No era un Dios benévolo, no, no lo era ... era un Dios curioso que quería saber si esa piedra, desde arriba, como cualquier fenómeno natural, podía crear las ondas impredecibles que finalmente harían girar esa hoja ... .
Pero siempre, dentro de mí, quise saber qué estaba sintiendo esa hormiga.